¡Tenía tantas ganas de hacer por fin un post sobre Estambul! Ya sabéis que, de vez en cuando, LA ESTANTERÍA DE MJ, también esconde álbumes de viajes. Y en este caso, la ciudad turca ha sido mi última escapada al extranjero. Eso sí, aviso a navegantes. Para que os pongáis en situación, os sugiero que antes de leer esto os vayáis a Youtube y escuchéis la preciosa canción de la película UN TOQUE DE CANELA y sus no menos bellas imágenes.
¿Ya lo habéis hecho? Empecemos pues...
No sé por dónde comenzar a contar lo mucho que me fascinó Estambul. Pero voy a dedicarme a expresarlo de forma desordenada, expresando las sensaciones que me produjo y los lugares que más me impresionaron, plasmando ese 'mosaico' que siempre me gusta escribir en LA ESTANTERÍA al regresar de un viaje.
Estuve en total unos 6 días allí (5 y medio, para ser exactos). Y puedo decir que me sirvieron para ver lo principal de la ciudad, aunque reconozco que me hubiera gustado disfrutar una semana más de su bullicio, el encanto de sus calles (especialmente de la parte asiática) y la simpatía de sus gentes.
De Istanbul (como allí lo llaman) me quedo con sus maravillosas mezquitas, especialmente la Mezquita Azul, una absoluta divinidad arquitectónica que me dejó literalmente boquiabierta. La de Santa Sofía también es inmensa y preciosa, y la llamada Mezquita Nueva me llamó la atención especialmente por fuera.
También me quedo con la 'vidilla' que hay siempre vayas donde vayas, en sus acogedoras teterías, en sus tiendas, en los famosos 'kebabs' (que nada tienen que ver con los de aquí), en los estupendos restaurantes de deliciosa carne a la brasa y en los puestecitos de dulces inimaginablemente dulces (valga la redundancia) y de 'dondurma' (el curioso helado turco, que parece un chicle pero que no por ello dejar de estar para chuparse los dedos).
Amor incondicional es lo que define mi sentimiento hacia el té de manzana turco. Desde el día en que lo probé tuve la necesidad de convertirlo en un ritual dos veces al día (mínimo) durante mi estancia en Estambul. Cuando el calor estival de la ciudad apretaba, en lugar de querer una Coca-Cola o una clarita de limón me apetecía pararme en uno de esos locales típicos de allí con mesas bajitas y manteles de rayas y pedirme un caliente (nunca se enfrían. No sé cómo lo hacen) té de manzana. Sí, me he traído un poco de té a mi casa, pero no es lo mismo que tomártelo allí mientras suena una de las cinco llamadas a la oración en los altavoces de las mezquitas o hueles esa característica mezcla de aromas de Estambul, formada por el humo de las brasas, sus amadas especias o el azúcar de sus pastelillos.
Aunque no me gusta usar esta palabra tan manida entre los protagonistas de programas como 'Callejeros viajeros' o 'Españoles en el Mundo', esta vez es imposible no decirla: y es el fuerte 'contraste' (éste es el vocablo ultraempleado, especialmente cuando dicen la frase 'es una ciudad llena de contrastes') entre cada una de las zonas de Estambul. Como bien sabéis, una parte de la ciudad pertenece a Asia y otra a Europa, separadas por el conocido y bello Bósforo. Yo me alojé en la parte asiática, algo que me hizo muy feliz porque es donde aprecié más la diferencia con cualquier lugar europeo que hubiera conocido antes y porque estábamos más cerca de lo principal, y tenía más 'sabor', como dice siempre mi viajero acompañante. Pero no sólo se encuentran distintas peculiaridades según la división Europa-Asia, sino que en cada barrio se respira un ambiente distinto, como si de diversas ciudades o pueblos distintos se tratara. Y cuando digo esto recuerdo la mañana que visité Istiklal Caddesi, una zona en la parte europea con una bonita calle peatonal repleta de tiendas y con un tranvía antiguo atravesándola, muy al estilo europeo de los felices años 20. Por allí, además, está la Iglesia de San Antonio de Padua, que la nombro porque es imposible no fijarse en ella: primero, porque es cristiana (y allí no abundan, precisamente) y, además, porque es preciosa. Y como momento pijo del día, podéis entrar (no está muy lejos) a tomar té con pastas al Pera Palace, hotel muy de principios de siglo donde se alojaban Agatha Christie, Greta Garbo o Ernest Hemingway.
Sé que me estoy enrollando demasiado pero creo que Istabul lo vale. De todos modos, creo que ahora le toca el turno al resumen de cosas que no he expuesto y que de ninguna manera os deberías perder si estáis pensando en ir allí próximamente. Entrar en las antiguas cisternas (en la parte asiática), ver el palacio del Sultán con su harén, (la visita al de Topkapy me aburrió un poco, sinceramente) y darse un gustazo yendo a uno de los hamam o baños turcos de la ciudad (yo fui a uno unisex que recomiendo si vais en pareja o en familia: Suleymaniye). Tengo que dedicar otra línea al baño turco porque es fabuloso, extraordinario, y vamos... ¡que le deja a uno como nuevo! Consiste en el típico baño turco que todos conocemos con una sala de calor húmedo, y luego te llaman para realizarte un masaje con espuma alucinante. Además, también te hacen una exfoliación y te lavan la cabeza al terminar, por lo menos en el que yo fui. Ufff, ¡una experiencia increíble! Eso sí, no os asustéis porque no son muy suaves los masajistas. De hecho, puede que os suelten alguna palmadita más fuerte de lo que pensabais. Pero creedme, saben lo que hacen.
¿Más cosas para no perderse? ¡Por supuesto que sí! Disfrutad de unas bonitas vistas de la ciudad desde lo alto de la Torre Galata (tranquilos, que hay ascensor para subir), fumad una pipa de agua (las hay de muchos sabores) mientras degustáis un buen té (y si, al mismo tiempo, jugáis al backgammon, el juego de mesa por excelencia allí, pues mucho mejor). También comed el auténtico kebab de allí en todas sus formas de prepararlo (el de pollo está riquísimo), coged un barco que os pasee por el Bósforo, parad a comer pescado recién cogido del mar (por no redundar otra vez con la frase "pescado recién pescado") en los restaurantes del Puerto, id a ver bailar danza del vientre a algún local nocturno que os recomienden en vuestro hotel y, parece mentira, pero me había dejado uno de los grandes atractivos turísticos para la mayoría: el gran bazar y el mercado de las especias.
A pesar de mi afición por las compras, me gustó mucho más el bazar de las especias, por su colorido, su olor y la curiosidad que despierta ver la gran cantidad de especias que existen. Por su parte, el gran bazar es muy entretenido, con sus más 4.000 tiendas. Sin embargo, confieso que hasta que no volví una segunda vez, más que entusiasmarme me agobió, y es que los vendedores ejercen muy bien su papel y no cesan hasta lograr su objetivo: que compres sin parar. El problema viene cuando tienes que regatear, algo obligatorio, pero, si lo llevas a rajatabla, acabas recibiendo insultos como 'eres una tacaña', etcétera. En fin, no es que me quiera quejar de nada porque entiendo que ellos solo están haciendo su trabajo lo mejor que pueden pero yo con tanta presión no puedo comprar en condiciones. Y si os estáis preguntando si pude salir de allí sin comprar un solo artículo, pues evidentemente, no. Acabé comprando como cualquier hijo de vecino, pero menos de lo que me hubiera gustado, os lo aseguro. Eso sí, al final resultó que le acabé cogiendo el tranquillo y la cosa no me pareció tan mala como en un principio. Pero había un problema: era el último día de viaje y en mi bolsillo empezaban a escasear las liras turcas, la moneda de allí.
Debería terminar ya, ¿no? Creo que he hecho una radiografía muy digna de Estambul. Ahora solo toca que vosotros, los que habéis ido, me contéis vuestras experiencias vividas allí. Y los que no hayáis estado y os apetezca preguntarme algo, no lo dudéis. Si no sé responder os mandaré a alguna página web de la ciudad.
Os dejo con algunas fotografías que tomé en mi estancia allí.
¡Hasta la próxima ESTANTERÍA!
Santa Sofía
El bazar de las especias
La hermosa mezquita Azul
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