martes, 4 de enero de 2011

MOSAICO DE VIAJES (VIII): OPORTO

Hace tiempo que no escribo sobre escapadas. Por ello, creo que hoy toca hablar de mi último viaje: Oporto. Ciudad portuguesa de tradición vinícola y marinera, Oporto es un lugar de indescriptible encanto porque creo que cada persona, dependiendo de su personalidad, visión de las cosas o incluso de dónde venga, opinará algo distinto sobre ella. Pero lo que es indiscutible es que tiene un halo mágico, detalles y rincones que hacen que no nos deje indiferente, sin tratarse de una ciudad grande o monumental como pueden ser Roma o París. 

En mi habitual 'mosaico de viaje' haré una lista de sensaciones y aspectos que este lugar dejó en mi persona: lo agradable que es pasear por sus calles -especialmente por la rua Santa Catarina, por la Avenida de los Aliados, la rua dos Clerigos o cerca del Duero-; lo bonito y decadente al mismo tiempo que resulta contemplar sus edificios antiguos (muchos de ellos, abandonados o en considerable mal estado), la conservación de sus tiendas -que seguramente estén igual que hace 50 años- y de sus preciosas fachadas; el mercado do Bolhao en el que incluso venden gallinas vivas; y la obligada visita a sus más importantes bodegas (donde te enseñan cuál es el proceso de elaboración del excelente vino de Oporto y donde además puedes degustarlo y adquirir alguna que otra botella). 

Pero eso no es todo: entrar en la espectacular librería Lello, una de las más bellas del mundo (donde se rodaron las escenas de biblioteca de Harry Potter); hacerse fotografías en las diversas cabinas y buzones rojos al estilo londinense que hay por toda la ciudad (fruto de la influencia inglesa de antaño); degustar sus excelentes platos con el bacalao como protagonista y de la peculiar 'francesinha' (una especie de sandwich con jamón york, longaniza, chorizo y una salsa que pica un poco); quedar encantado con la amabilidad de la mayoría de sus gentes (que no tienen tanto estrés como tenemos los españoles); cruzar el puente de Don Luis I, el más conocido de los seis que hay; merendar en el Café Majestic -fundado en 1933 y cuya esencia de aquellos años sigue intacta-; y dar un hermoso paseo en barco por el río Duero y a continuación tomarse otra copita de dulce vino de Oporto en el barrio de la Ribeira (declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco). 

Si os mola el fútbol (que no es mi caso pero sí el de algunas de las personas con las que viajé), os gustará ir a ver el estadio do Dragao, el equipo de fútbol de allí. Y si vais en Nochevieja, id a celebrar la llegada del Año Nuevo a la avenida de los Aliados (donde está el Ayuntamiento), pues allí hay fiesta, fuegos artificiales, música... pero siempre sabiendo que allí no comen uvas cuando se hacen las 12, sino que el champagne brota de sus botellas por los aires como si de lluvia (torrencial) se tratase, por lo que un paraguas se hace tanto o más imprescindible que un día lluvioso. 

Ay... como veis, soy una de esas personas a las que Oporto les ha dejado embelesada. Eso sí, también quiero decir que es una ciudad pequeña y que en tres días hay tiempo suficiente para recorrerla y conocerla en plan viajero. Si eres de los que prefiere saborear y paladear los lugares que visita, puedes quedarte un poquito más y dejarte contagiar por la tranquilidad y el buen vivir de la ciudad del vino. 

Espero que os haya gustado este mosaico de Oporto y que los que aún no habéis estado os animéis porque vale mucho la pena y, afortunadamente, resulta bastante económico (tanto viajar allí como la estancia). 

¡¡Que os traigan muchas cosas los Reyes!!


Fotografías tomadas en la ciudad de Oporto

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